Evocaciones de Sudcalifornia

Cuento de navidad

Aníbal Angulo2

Siempre que me preguntan si fui feliz en mi infancia, digo que sí, y la verdad que lo fui, a excepción de la temporada de navidad. En primer lugar hacía frío y no podía ir a la playa a echar anzuelo al caño del malecón.

Era un caño enorme justo enfrente del Hotel Perla, lleno de mojarritas, y claro también de otras cosas. Ahora que los vientos globalizadores y estandarizadores han hecho del malecón uno más, como de cualquier puerto decente del mundo para que los turistas lleguen a montones, paso por ahí y extraño ese caño, aunque suene a redundancia.

En navidad el agua estaba fría y la arena, con el viento, me golpeaba la cara y no podía abrir los ojos y no quedaba de otra que estar encerrado en casa inventando algo para no aburrirme. En navidad mi mamá iba a no se donde y cortaba una rama de pino salado y lo llenaba de globos de colores, serpentinas y adornos de papel plateado. También le ponía una serie de focos, que nunca supe donde los compraba pero eran enormes y no había rama que los soportara por lo que todas las mañanas amanecían en el suelo. ¡Ah, como toque genial le ponía unas bolitas de algodón para simular copos de nieve! Para que no se viera el balde con arena donde lo sembraba lo forraba con papel de china.

El resultado final era espantoso, y cada día peor porque el árbol se iba secando y tirando las hojas a montones. En navidad el famoso santoclós nunca me traía lo que le pedía. Si yo le escribía para decirle que quería un rifle de municiones para cazar palomas, me traía una camisa, si le pedía una bicicleta, me traía un pantalón y unos zapatos duros con los que no podía caminar. Un día le pregunté a mi mamá por qué santoclós no me traía lo que le pedía y me dijo “porque no te portaste bien” así que decidí ser un ejemplo de niño todo el año siguiente. Entonces, como me había portado bien, esa navidad me trajo dos camisas, dos pantalones, dos pares de zapato duros, cuadernos y lápices de colores. Ahora que lo veo fríamente, santoclós es el culpable de que yo sea pintor.

En navidad mi mamá me llevaba a la Perla de la Paz, cuando la Perla era la Perla, a que platicara con un santoclós que se paseaba en el departamento de juguetería. Era un teporocho que no hacía otra cosa durante todo el año, que disfrazarse de santoclós en navidad. Cuando quería estar en su papel y decía jo jo jo, se le veían los dientes amarillos y aventaba un tufo a alcohol. Me paraba en la puerta de la juguetería y lo veía de lejos, lo comparaba con el regordete de cachetes sonrosados que veía en las revistas, y no podía entender por qué en La Paz teníamos que aguantar a ese santoclós todos los años.

Una navidad hice un berrinche fenomenal en una juguetería porque quería unos patines cromados y como estaba seguro que me iba a traer otra camisa, pataleé, grité y me arrastré por el suelo hasta que me cansé. “Te los va a traer, pero pobre de ti si te caes” me dijeron. Esa navidad por increíble que parezca me trajo los patines, y una camisa y un pantalón y unos zapatos, claro. Lo primero que hice fue irme al malecón, que ningún presidente municipal había remodelado todavía, a ponerme los patines.

Durante unos veinte segundos fui el niño más feliz de la tierra, porque en los otros veinte fui a dar a un enorme hoyo, primero me raspé las dos rodillas y aunque metí las manos me abrí la frente y para colmo fui a dar al mar con todo y camisa nueva, pantalones y patines. Regresé a la casa temblando de frío, con la frente abierta y con los patines en las manos. Ya supondrán cómo me fue. Los patines nunca los volví a ver.

Definitivamente la temporada de navidad no es una época del año que me haga mucha gracia. Esta navidad le pedí a santoclos una sierra eléctrica para cortar madera y mi esposa me dijo “para qué la quieres, te puedes cortar los dedos” Deduzco que estoy condenado a que me traiga de nuevo una camisa, un pantalón y unos zapatos duros.


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Virgilio Murillo Perpuli
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