La muerte de mi tío
Siempre que me preguntan si fui feliz en mi infancia, digo que sí, y la verdad que lo fui, a excepción de la temporada de navidad. En primer lugar hacía frío y no podía ir a la playa a echar anzuelo al caño del malecón.
Siempre que me preguntan si fui feliz en mi infancia, digo que sí, y la verdad que lo fui, a excepción de la temporada de navidad. En primer lugar hacía frío y no podía ir a la playa a echar anzuelo al caño del malecón.
Junto a ti empiezo a caminar.
A tu lado, sin mirar atrás,
vivo en un mundo de amor,
intensamente tú mío y yo solo de ti.
El Sol de abril, se llamaba la tienda. Don José Murillo su propietario era un hombre virtuoso, no tomaba, no fumaba, mucho menos sería capaz de infidelidades, no decía malas palabras
Siempre que me preguntan si fui feliz en mi infancia, digo que sí, y la verdad que lo fui, a excepción de la temporada de navidad. En primer lugar hacía frío y no podía ir a la playa a echar anzuelo al caño del malecón.
He sido renuente hablar del posible gabinete de Víctor Castro por una sencilla y elemental razón; esta es una decisión personal y libre que le corresponderá tomar llegado el momento
Un buen día llegó a mis manos un libro muy especial, era tan especial que supe de él, desde los tiempos en que se estaba llevando a cabo la investigación para obtener el contenido de sus páginas con fundamento documentado
Este fin de semana hubiera sido el escogido por mis padres para salir de vacaciones por navidad.
Cuando José Trinidad Cipriano Salazar nació, la niña Elena tenía casi un año y ya entre ambos había enormes diferencias. A Cipriano lo tenían al fondo del patio, en un diminuto cuarto de madera, acostadito en la misma cama vieja en que su madre dormía; lo tapaban con una burda cobija de lana y nada lo protegía de los feroces mosquitos. En cambio la niña Elena, desde que nació, tenía una tibia recámara, una hermosa cuna de mimbre con cortinas de organdí y moños rosas, una ventana que daba al parque y una nana que la tomaba en brazos al menor ruido que la pequeña hiciera.
Me acuerdo cuando el «RamónRobles» vio que yo me defendía como gato bocarriba, de no sé quién del salón que me tenía en el suelo en esa nueva batalla, y con un último putazo le quería poner punto final.